viernes, 31 de enero de 2025

La corteza del relato


La palabra, oralizada y escrita permanece, construye y destruye, es arrojada al mundo y enraiza.

Crece un sistema nervioso dentro de cada obra que la unifica al mundo físico.

Es en esa búsqueda donde comienza un ritual.

Grabar en papel la significación cambiante de los relatos que conforman las capas de nuestra identidad.



 

Ser el cuerpo de lxs otrxs


Envueltos en nuestra obsesión por la vivencia de los instantáneo, lo fugaz, ahogamos,

negamos aquella parte de la identidad que se conforma con partes de otros.

Descontentos con nuestra forma, no observamos que las partes de nuestro cuerpo

  comparten similitudes con otras formas vivas.

Nos relacionamos con el entorno como seres independientes.

Borramos de nuestra memoria el hecho de que somos lo mismo.

La potencia que nos atraviesa, nos transforma, nos mantiene cosidos, viene de otra parte y actúa separada de nuestra voluntad.

La palabra ancestral, cuando surge,  manifiesta formas anteriores; no nos podemos librar de nuestras formas pasadas.

Falsamente, nos reconocemos en un único rostro. Las presencias antiguas no son entidades ausentes.


Entendernos como una unidad, nos devuelve la conciencia y la posibilidad de expandir conceptos como lo íntimo, lo inseparable y separarnos de las fronteras construídas por nosotros mismos entre espacio exterior y espacio interior.



 


 

Los afiches originales, son señales, registros de urbanidad. Mantienen la memoria, la imagen porta un linaje. Cada afiche fue pegado sobre otras imágenes. Cada imagen fue protagonista en un tiempo efímero. Cumplió con su objetivo, divulgar un mensaje. Que luego fue transformado. El contexto cambia. Sufre avatares del clima (y todos los afiches  anteriores se convierten en una masa de papel. Puede que reciban impactos de nuevos graffitis. 

En este contexto surge la palabra ancestra. El cutter revela el espacio ocupado por la palabra. La acción del corte expone el sedimento de capas que conforman el cuerpo material.


Los afiches ahora son obra. Ya no sostienen una sumisión publicitaria. Forman un relato urbano que es parte de la cultura argenta. La obra es un libro desplegado, desmembrado, sus páginas sueltas son un espacio de memoria. La imagen original migra, se va del contexto popular, pierde la intención de propaganda. Las miradas originales, aquellos consumidores devenidos en espectadores, cambian. El objetivo inicial no permanece. 

Cortar, desgarrar, dejar al descubierto una sucesión de capas.  Registrar, fotografiar. Prepararse para migrar. Y transformar la palabra. La obra cambia su nombre, se transforma en un portal, aquel espacio en donde nos preparamos para encontarrnos con nuestros ancestros. Es el lugar que tenemos en común, lo que estuvo y lo que vive. 


Somos todos las capas que nos antecedieron. El cuerpo nuevo (la figura ancestral) nos muestra un principio, un color primigenio.  La obra ya no está donde estaba, no es más la que era. Aquello que en algún momento fue el comienzo, ya no lo es. La nueva forma trae preguntas, habla de un conocimiento gratuito y continuo. Su pasado y su presente convirtieron las capas de varios en uno solo. La forma nueva muta, en grosor, en significado y emprende un viaje.